…en donde la paz del alma es total. En donde el sosiego es la luz del amanecer y la calma la serenidad de la noche. Yo se que en él, ocurren hechos irreales. No los he contemplado pero los presiento, del mismo modo que presentía el lugar, antes de haberlo conocido.
Sé que las afortunadas almas que van a reposar allí, no reposan perpetuamente, si no que viven eternamente. En donde la vida y la muerte son compañeras y amigas.
Sé (lo sé muy bien), que las raíces del árbol en simbiosis perfecta con la madre tierra, dejan pasar y escapar a través de sus hojas a los venturosos espíritus que la moran, para que contemplen cada día el amanecer. Cada beso del sol es un nacer y un morir.
En los inviernos blancos, las almas sepultadas bajo cientos de acres de nieve, se vuelven más puras. No hay lugar para el miedo, no hay lugar para el temor.
Le pregunté al viento de las cumbres, que hacer para poder concluir mi último viaje allí. Me contestó que el único requisito que necesitaba, era que la vida no me debiera nada, que estuviera en paz con ella.
Tremendo requerimiento. Abandonar la vida habiéndolo conseguido todo. Ahora entiendo porque el lugar es tan pequeño y tan pocos son sus moradores.
Como no reprocharle a la vida las ilusiones perdidas. Como no reprocharle los deseos no alcanzados. Como no recriminarle las veces que me ha roto el alma… que me ha apagado el ardiente corazón, con una cascada de frías aguas. Las angustias, los miedos, las quimeras, los amores…
Ahora creo que este lugar solo existe en mi imaginación. Es el mal de las alturas que diabólicamente se apoderó de mí, y que me hizo verlo sin que existiera realmente.
Sé que las afortunadas almas que van a reposar allí, no reposan perpetuamente, si no que viven eternamente. En donde la vida y la muerte son compañeras y amigas.
Sé (lo sé muy bien), que las raíces del árbol en simbiosis perfecta con la madre tierra, dejan pasar y escapar a través de sus hojas a los venturosos espíritus que la moran, para que contemplen cada día el amanecer. Cada beso del sol es un nacer y un morir.
En los inviernos blancos, las almas sepultadas bajo cientos de acres de nieve, se vuelven más puras. No hay lugar para el miedo, no hay lugar para el temor.
Le pregunté al viento de las cumbres, que hacer para poder concluir mi último viaje allí. Me contestó que el único requisito que necesitaba, era que la vida no me debiera nada, que estuviera en paz con ella.
Tremendo requerimiento. Abandonar la vida habiéndolo conseguido todo. Ahora entiendo porque el lugar es tan pequeño y tan pocos son sus moradores.
Como no reprocharle a la vida las ilusiones perdidas. Como no reprocharle los deseos no alcanzados. Como no recriminarle las veces que me ha roto el alma… que me ha apagado el ardiente corazón, con una cascada de frías aguas. Las angustias, los miedos, las quimeras, los amores…
Ahora creo que este lugar solo existe en mi imaginación. Es el mal de las alturas que diabólicamente se apoderó de mí, y que me hizo verlo sin que existiera realmente.
Hay la imagen captada por un artefacto tecnológico, que muestra que existe; pero presiento también, que el lugar sabe de hechizos, y hace delirar a las personas que están en perpetua búsqueda de la felicidad.