
Al atardecer, paseando por un húmedo bosque centroeuropeo, de repente tropecé con la imagen. Un flautista tangible, tocando para dos niñas de oro. No creía que fuera cierto. Tal fue mi turbación, que pase con total imperceptibilidad por el lugar, para no profanar el momento. Daba igual. Ni me apercibieron. El flautista desgranando una nostálgica melodía, mientras las ninfas doradas intentaban robar los reflejos del lago. Anduve , anduve y anduve, hasta que deje de oír los acordes. Luego al regreso, encontré el camino cuajado de reflejos abandonados (quizás eran para mí?)

Por la noche, en un viejo café de Zúrich, mientras escuchaba como un pianista de ébano arrancaba las notas de un añejo piano, pensé que quizás todo lo había soñado. O era entonces que estaba soñando?.
De repente me entro miedo. Creí que si el pianista dejaba de tocar, el instante se rompería en mil pedazos.
No pares pianista, no pares, que tienes mis sueños en tus manos. Sigue tocando pianista, sigue tocando hasta el confín de la noche, y si así lo haces pianista, quizás algún día (sólo quizás) te mostraré mi más oculto lugar de sosiego y quietud.
1 comentario:
Cada vez transformas mejor las emociones en palabras. Felicidades por las primeras y gracias por las segundas.
Publicar un comentario